Adoro esa forma tuya de no
decirme que me quieres.
Vivir, con el vértigo de
caer y levantarse,
resistiendo,
como la dormida luz de la
niebla
que suspira al cielo entre
los árboles.
Peina el viento de temblores
la hierba,
las hojas se desvisten y adornan de ocres los
caminos.
Al sonrojo de los sándalos esperaré, todavía,
ese dulzor de noche que desnuda a los amantes,
-hay razones que crujen-
el cierzo, y ese frescor
que madruga
la voz, la piel, y tú
llegando
todo de cazumbre enamorado.
¿Con qué paciencia me quieres?
Sé de espacios y sueños
cuando la noche regresa a
sus miedos,
(narra desde una nube
albina), roto
el mohín de enredadera se alarga
y retuerce los latidos si
acaricio su rebelde luz.
Tú y yo nos existimos,
(nuestras razones tendremos).
Mírame, llevo en las manos un arrullo de nido.
¡Qué hermosa se yergue esta
tarde de incendio!
Volaremos
con los brazos muy abiertos, decías
con ese temple ilusorio,
y yo, torpe, quise ser verderón silvestre,
y volé, a sabiendas de no
tener alas,