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Te llamé agua y viniste lloviendo,
y escribimos nuestros nombres en el tiempo.
Se llueve la tarde, te dije,
y nos amamos en silencio,
como se ama el fuego cotidiano,
tú y yo prendiendo llamas
hasta que nos cubrió la noche
para cruzarnos como un río
y hacer navegables las pisadas.
Te ll-amé agua en la tarde
y las bocas se bebieron los vahos
ignorantes de toda desnudez,
gota y temblor en los tejados,
aguacero en el delta de los muslos.
Nos han calado arrugas en las sienes
temporales de azul y chaparrones,
así llueve la vida cuando se ama,
las cosas pequeñas, lo que duele,
y querer no morirse, no del todo,
o morir así, entre tus brazos.
Te llamé agua aquella tarde,
y hoy te digo ven, lluéveme,
aquieta este diluvio de pasiones.
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Hermosa tarde y todo un lujo de lluvia, conchaparrones así es fácil tocar el paraíso.
ResponderEliminarPrecioso poema.
Besos
Gracias, Narci, sí, la lluvia siempre necesaria... un beso grande.
EliminarEn estos temas del amor -tengo ya algunos años- suelo llevar paraguas. Pero, en tu honor, y en homenaje a tus versos, hoy saldré descubieto, a ver si me empapo.
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Es bueno llevar paraguas, por los por si acaso, pero sí, en ocasiones es muy sano dejarse empapar, gracias por tu bonito comentario, Amando, otro abrazo grande para ti.
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