miércoles, 7 de agosto de 2013

Arde el aire en la vega vieja














 A Alberto, amigo y poeta chileno.



Arde el aire en la vega vieja,
una yerba cae del bálago sobre su libro,
amarillean las hojas de los maizales,  
mientras veo pasar la tarde descalza de mi misma.

¿Cómo huir de este refugio de memoria?
Me pregunto a sabiendas de la respuesta,
arde el aire, murmuro,
y mi osadía asienta un verso a pie de página.

Hoy, el aire arde y trae rumores:
el mar oculta un verdor desvaído,
el horizonte parece envidiar el sepia
que aboca y se “desboca” entre comillo.

A dos pasos, sólo a dos pasos,
el reverso duerme un sueño de siglos
cuando usted surge oceánico, absoluto en su retiro,
se me ocurre inmenso como una explanada
bailando sirtaki con su camisa blanca
y una copa de Ouzo para el olvido.

No, no se apure, sepa perdonarme,
si de sus versos moldeo un armisticio
o si requiso un pensamiento indebido
ciega de su luz y de su cal en vivo.

A veces, le digo, cuando cierro el libro,
sigo escuchando este glayíu de aldaba
que declina en lo innombrado,
aunque después la verdad espalma cristalina,
usted, tan lingüista y narciso,
yo, toda cardo y autárquica,
otra vez entre comillo,
no, no, no, mejor encierro entre guiones
-cuánto hallo en su voz de ambrosías
o en sus manos de cuenco tibetano-
entonces y sólo entonces
se me torna un poco menos eremita  
y me envuelve
del canto azul con el que usted riega la palabra
dejando fluir arroyos que inundan
esta tarde en la que arde el aire
en la vega vieja.

*

Glayíu, en asturiano: Alarido, grito estridente, quejido.