domingo, 8 de junio de 2014

Adoro esa forma tuya de no decirme que me quieres


Adoro esa forma tuya de no decirme que me quieres.

 Vivir, con el vértigo de caer y levantarse,

resistiendo, 

como la dormida luz de la niebla

que suspira al cielo entre los árboles. 

Peina el viento de temblores la hierba,

 las hojas se desvisten y adornan de ocres los caminos.

 Al sonrojo de los sándalos esperaré, todavía,

 ese dulzor de noche que  desnuda a los amantes,

-hay razones que crujen-

el cierzo, y ese frescor que madruga

la voz, la piel, y tú llegando

todo de cazumbre enamorado.  

 ¿Con qué paciencia me quieres?

Sé de espacios y sueños

cuando la noche regresa a sus miedos,

(narra desde una nube albina), roto 

 el mohín de enredadera se  alarga 

y retuerce los latidos si acaricio su rebelde luz.

 Tú y yo nos existimos, (nuestras razones tendremos).

  Mírame, llevo en las manos un arrullo de nido.

¡Qué hermosa se yergue esta tarde de incendio!

 Volaremos con los brazos muy abiertos,  decías

con ese temple ilusorio,

 y yo, torpe, quise ser verderón silvestre,

y volé, a sabiendas de no tener alas,

y eso tiene sus riesgos.