He ido contigo, Madre, a podar el romero, a desnudarlo de hojas muertas, a ese dulzor que se aferra al sol y despunta sus flores. He estado contigo, Madre, a la sombra del lloredal, en el banco que papá nos hizo y donde se agotaban las tardes desvainando guisantes (le escuchamos cantar coplas al viento mientras mima a las tomateras que se mustian en la niebla). Siempre voy, Madre, contigo, a los olores de tus manos de yerba buena , al calor de tu amor entre las flores, he de decirte que alguna se me ha muerto, después de tu partida se inundaron de tristeza, pero otras, otras siguen Madre y llenan de tu aroma mi memoria.
I Ser hoja en tu risa vencida, susurrarte sueños, sólo para ver esos hoyuelos de tus mejillas cuando sonríes.
II No hay lindes para mimar tu orilla de consignas azules, hasta los farallones tiemblan cuando pasa tu brisa y ondula de algas tu pelo.
III Besar tus labios -calada de Menta y Fresia – se me ha ocurrido besar tus labios zozobrando en mi piel todos los vértigos.
IV ¿Sabes por qué en mis manos vuelan caricias? Saberte, es saber que brilla el sol sobre la hierba.
V Guardas silencio, yo sé, y lo sé por la forma en que pestañeas (el aire arremolina ternuras) me sabes detenida en el crepitar de esta primavera que te nombra Heliotropo en cautiverio.
VI No, no digas nada, ni siquiera hagas ruido, déjame que escriba este poema al borde de tus labios, como hoja perenne de tu pecho, déjame, que estoy desnudando tu aroma, lentamente.
Nos mira el mar y el agua cae del cielo, acurrucada en tu cuerpo desnudo, liada en tu oceánica entereza.
Me gusta cuando dices que tengo dedos de mandarina y te los llevas a la boca, y yo te digo que me tienes ebria de las orquídeas que se tienden en tus muslos.
Me miras y te ríes, y tu risa se ahoga entre mis pechos -de nuevo te repites, como una caracola- y la playa nos llena de arroyos los cuerpos.
Trae un soplo la noche que prende de luz el silencio en los contornos de mi ombligo.
Nunca duermen los acordes que recogen mis manos -estas manos de acariciarte- y tus labios que se filtran en la falla de los míos, entreabiertos de tu nombre donde me abandono instante.
Recojo en mi regazo tu gesto, marea que va y viene, quietud de saberte mar suavizando mis bordes.
Hay un rumor de ti perfilando polisones en mi pecho; rezuma amor la flor del manzano de saberte atisbo de cielo.
Sólo tú, en mi desnudez arraigas, y yo, adoro la ventisca de tus ojos.
Tú, noble alucinación de bahía abierta.
Tú, o será tu mirada que viene de puntillas con las manos a tientas y la sonrisa tibia.
Tú y tu cintura de agua y espuma -barca que se apresura a mi orilla-
Tú, sutil ráfaga de alisios, serena noche, incendias mi vientre de diminutas luciérnagas.
¡Oh, tú, desnudo! Mis dedos arrullan tu valle de espliego, y de tu voz cercana mi suspiro trémulo que no quiere detener de tus labios tan dulce cosecha.
No creas, me estoy haciendo la dormida para verte llegar, aliento de océano, y ver cómo te desnudas mar adentro.
Tengo que mirarte, mi sueño de acacias, y recorrer tu cuerpo de fruta silvestre, te me asemejas a un dátil -bocado tierno- e imagino que trepo a besos por tu espalda.
¿Qué quieres que haga? No puedo evitarlo, si cierro los ojos, mis dedos perfilan tus labios de agua, mientras mis pies indóciles y helados como el mismo mes de enero, invaden tus muslos risueños de elfos.
Tu boca me habla de horizontes cálidos que ya no recuerdo, tus manos de velero dibujan paisajes idílicos con aromas de sándalo en un valle donde el viento se acurruca dormitando en los manzanos.
Qué roja sabe la vida en tus labios, y yo, sigo encaneciendo abriles en el rescoldo de la fontana de tus besos, mientras tú, luz primigenia, quiebras mis biseles de ternura.
Mira la tarde, se despereza paseando en tu mirada.
¡Ah! Qué dulce es el dolor que guardo, como la conquista cadenciosa del vuelo de un colibrí que despierta en el costado aletadas de jalea.
Ni Átropos es capaz de cortar mis hebras azules de ti, porque de ti, son los momentos de paz donde descanso.