
Maldita sea esta llovizna que empapa
esta tarde apurando las últimas gotas de arena.
Llevo el traje para negociar escepticismo,
ahora que sé y puedo conjuntar mis zapatos con el bolso
quisiera despeinarme, y no puedo.
No hay paraguas que tape esta lluvia fina,
cala, como lo hace la cal sedienta.
Lo huidizo de la tinta ya no se sostiene,
agoto a la deriva la razón para no perder la voluntad,
y al dar la vuelta a la esquina ¡Zas!
la baldosa, la puñetera baldosa que salpica.
Cierro el paraguas y dejo que la lluvia me empape.
*
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